A veces los emprendedores equivocamos dos términos: «Ilusión» y «Expectativa»
No es lo mismo tener ilusión por algo que crear expectativas entorno a algo, por muy ilusionante que sea. Sin embargo, parece que cuando hacemos algo que nos provoca mucha ilusión, automáticamente le colgamos el «San Benito» de que eso tendrá que traernos una consecuencia positiva para nuestra vida. Por ejemplo, si yo deseo aprender a surfear tengo la ilusión de querer aprender, pero muchas veces no sabemos mantener esa ilusión sin caer en la mala costumbre de crear una expectativa. De esa forma entorno a mi ilusión de aprender a surfear se estará creando mi expectativa de conseguirlo rápido, fácil, volvernos semiprofesionales, coger tubos a los dos días, etc.
Por supuesto tener ilusiones nos trae consecuencias positivas y éstas son el hecho de hacer o desarrollar aquella acción o actividades que nos entusiasman, sentirnos vivos, creativos, con ganas de hacer y aprender nuevas cosas, alcanzar nuestros objetivos, desarrollar esa idea o proyecto… Lo demás, si viene algo (como podría ser un resultado inesperado, grandes avances en poco tiempo, aprender o desarrollar lo que sea fácilmente, o lo que sea) será una consecuencia de la ilusión y las acciones tomadas y, por tanto, lo podríamos recibir como un regalo, o una especie de premio.
A veces nos hace ilusión algo simplemente porque le damos más atención a la expectativa que a lo que en realidad supone cierta idea, actividad o proyecto. Es decir, la expectativa que hemos creado entorno a un resultado que deseamos nos hace sentir ilusión. Y eso no es que sea negativo, pero es posible que si no hubiéramos creado esa expectativa eso que aparentemente nos ilusiona por sí solo no conseguiría ilusionarnos.
No es lo mismo tener un objetivo que crear una expectativa
Es lo que les ocurre (o nos ocurre), cuando queremos obtener un resultado y lo queremos ipso facto, sin fluir con el tiempo que eso pueda necesitar para que se geste. Nos entusiasma la idea (expectativa) de conseguir X, e ideamos mil forma de conseguirlo. De esas mil formas tendemos a querer quedarnos o elegir la que en apariencia me va a dar esos resultados antes, en el plazo más corto, con el menor esfuerzo… Esa actividad, aunque no sea lo que realmente nos apasione, nos «enamora» no por la actividad en sí, sino por lo que nos va a traer o a ofrecer. Esto ocurre mucho cuando una persona no sabe a qué dedicarse, no sabe cuál puede ser su misión personal. Se pone a dar vueltas buscando algo que le apasione pero en vez de observar que la actividad que va a desarrollar es lo que le apasiona (ilusión) se centra en los resultados que esa actividad le puede aportar (expectativas).
Fábula: Los trajes del baile
En un pueblo muy pequeño había una gran mansión de un ricachón muy famoso que celebraba cada seis meses una gran fiesta a la que podía asistir todo aquel que fuera vestido con ropa elegante, los hombres con traje y corbata y las mujeres con vestidos de noche largos hasta los pies. Después de mucho tiempo viendo a la gente del pueblo acudir a aquellas fiestas, Antonia y Jacinto decidieron que también deseaban asistir por una vez. Allí podrían hablar con gente importante, pero sobre todo, su deseo de asistir a aquella fiesta se debía a que querían saber lo que se sentía dentro de una mansión tan lujosa. Querían sentirse ricos aunque fuera por un día para poder empaparse de esa energía y saber si merecía la pena perseguir ese sueño de tener mucho dinero.
El único problema es que ellos todavía eran no tenían tanto dinero, ni se podían permitir el lujo de gastarse el dinero necesario en la ropa de etiqueta que pedían para poder asistir. No sabían qué hacer entonces. Tenían dos opciones, o bien destinar el dinero que iban guardando mensualmente durante seis meses más para poder comprarse unos trajes bonitos y elegantes, o bien, buscar en el desván de su casa algún trapo antiguo, quizá de sus padres o abuelos, que les sirviera de apaño. Ellos tenían mucha prisa por conocer aquel estilo de vida y después de pensar unos minutos decidieron recuperar la ropa del desván para recrear cuanto antes la sensación de riqueza.
Después de quitarles el polvo a los viejos trapos, lavarlos y plancharlos, llegó el día en que pudieron acudir a la fiesta. Fueron los primeros en presentarse allí y durante unos minutos estuvieron dando vueltas de un lado a otro regocijándose con aquella sensación. Se dieron cuenta de que aquello era mucho mejor de lo que podían haber imaginado jamás. Se veía que había abundancia por todas partes, riqueza, elegancia, había comida cara y exquisita… Estaban como en un sueño. Pero, poco a poco los demás invitados empezaron a llegar y, según iban llegando ellos cada vez se sentían más incómodos. Jacinto y Antonia empezaron a sentirse pobres, cada vez más pobres y fuera de lugar. Su simple apariencia, con esos trapos antiguos sacados de un baúl les hacía sentirse inferiores. En ese momento se dieron cuenta de que si hubieran esperado durante apenas seis meses podrían haber disfrutado totalmente de aquella experiencia sintiéndose verdaderamente ricos, abundantes y elegantes. Se dieron cuenta de que su objetivo era sentirse ricos pero también de que la forma de poder conseguirlo era incluso más importante aunque eso conllevase un esfuerzo y aguardar más tiempo.
Marta Martín Girón
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Además de que muchas veces nos invaden las prisas para conseguir algo, otras muchas veces desistimos de nuestros proyectos, aparentemente ilusionantes, porque en realidad no eran lo que habíamos pensado, o más bien, no eran lo que deseábamos en realidad.
El trayecto que nos lleva a lo que realmente deseamos debe ser ilusionante y apasionante por sí solo, y aunque todos sabemos que tomamos un rumbo porque además de que nos gusta el camino también hay algo detrás que deseamos alcanzar, en el fondo debemos dejar a un lado las expectativas porque, la mayoría de las veces, más que ilusionarnos y motivarnos, nos desesperan, nos hacen perder la paciencia y nos obstaculizan el poder disfrutar de lo que realmente importa, el camino.
Ese trayecto debe ser un camino en el que nos sintamos a gusto (por encima de los obstáculos que puedan aparecer) e ilusionados, y aunque sepamos que nuestro deseo es alcanzar un objetivo muy concreto, la expectativa pueda dejar paso a la incertidumbre, a la sorpresa y a la fluidez.
En resumen…
No dejes que las expectativas te desvíen de tu verdadero objetivo.
Disfruta el camino que transitas como si esa fuera tu verdadera recompensa.
Fluye con los acontecimientos, hazte amigo de la incertidumbre y las sorpresas.
Pero sobre todo, recuerda que los mejores resultados se obtienen cuando no nos hemos dejado cegar por las expectativas.
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